Una persona vive de acuerdo a su propia identidad cuando desarrolla su propio potencial. Cuando lo hace es capaz de lograr prácticamente todo lo que se proponga. Conoces a muchas personas así. Lo consigue porque enfoca toda su energía, utiliza toda su inteligencia y entrega todo su amor a desarrollar ese potencial porque eso le apasiona. Entonces entra en estado de flujo y disfruta de lo que está haciendo.
La filosofía para niños que yo practico va en esta línea. Si bien, trabajamos también el espíritu crítico del niño para que se pueda convertir en un ciudadano moral que sepa solucionar sus conflictos dialogando de forma asertiva. Para ello, opinamos y debatimos entre todos sobre conceptos educativos tales como: amor, mentira, miedo, violencia, libertad, atención, esfuerzo, etcétera. Todos ellos fundamentales para sentirse pleno interiormente y para disfrutar felizmente de la vida.

viernes, 16 de enero de 2015





EL AMOR VERDADERO

La propia palabra “verdad” lo dice. No es un amor ilusorio o ideal, sino que es el amor sincero. Es aceptar la verdad del otro. Aceptar su realidad tal y como es. De hecho, es fundamental amar la verdad de forma radical, sin concesiones. Todo lo demás es autoengaño.
¿Por qué no se consigue? Por la incapacidad de aceptar al otro tal y como es. Así de simple. La inmensa mayoría de los problemas que tenemos con nuestros hijos tienen como base común la incapacidad de aceptación. Y no solo de aceptar al otro, sino también la no autoaceptación. Esto es debido a que siempre nos estamos exigiendo y juzgando: que si debería de haber hecho esto, que si debería de haberle dicho lo otro... No aceptar es no querer ver, es engañarnos a nosotros mismos.
Peor aún, si creo que no soy digno de aceptación, entonces mi reacción será: no me ven, no me prestan atención, parezco invisible, no me cuidan... ¡Imagínate la de energía positiva que dejaríamos de perder si fuéramos capaces de aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos, e hiciéramos lo propio con nuestros hijos o con la persona a la que amamos! Y es que ahí precisamente radica la perfección: no en pretender ser los mejores y parecerlo, sino en dar el máximo de nosotros mismos.
El amor verdadero, el real, es el perfecto.
Ahora bien, el amor en la pareja, por ejemplo, como todo en la vida, no es permanente, va cambiando. Y si no sabemos aceptarlo, entonces nos resistimos a soltar el amor pasado, que solemos confundirlo con la pasión amorosa, lo que nos provoca mucho sufrimiento. Si el amor verdadero y la pasión coincidieran, entonces estaríamos hablando de plenitud amorosa. Sin embargo, se llegan a romper muchas relaciones precisamente por no saber desprenderse de ese pasado. ¡Piénsalo!
¡Y es que si supiéramos ver y aceptar que lo impermanente es lo que nos renueva cada día, qué felices nos sentiríamos! Nos olvidaríamos del pasado, no nos crearíamos expectativas ilusorias de futuro y aceptaríamos el presente tal y como es. Las cosas y las personas son como son, no como nosotros querríamos que fueran. ¡Vuelve a leer esta última frase, por favor! Estoy seguro que en más de una ocasión no aceptar esta premisa te ha creado mucho sufrimiento.
Para terminar, me gustaría decir que aceptar no es resignarse. Que yo me acepte tal y como soy, y que acepte que mi realidad es la que es y que no tengo control directo para cambiarla, no quiere decir que no pueda ser un soñador. Ser un soñador es fundamental para tener unos deseos que perseguir.
Desear y amar de forma verdadera a nuestra pareja, a nuestros padres, hijos, amigos, etcétera, es muy bueno. Lo malo es pensar que son posesión nuestra y que así han de permanecer para siempre. Ahí está la clave. Por eso, quien ama profundamente no tiene necesidad de poseer a otras personas o a otras cosas, y lo demuestra cada día.
¿Has amado de forma verdadera alguna vez?

José Carlos Arroyo.
Asesor filosófico, coach y escritor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario