Una persona vive de acuerdo a su propia identidad cuando desarrolla su propio potencial. Cuando lo hace es capaz de lograr prácticamente todo lo que se proponga. Conoces a muchas personas así. Lo consigue porque enfoca toda su energía, utiliza toda su inteligencia y entrega todo su amor a desarrollar ese potencial porque eso le apasiona. Entonces entra en estado de flujo y disfruta de lo que está haciendo.
La filosofía para niños que yo practico va en esta línea. Si bien, trabajamos también el espíritu crítico del niño para que se pueda convertir en un ciudadano moral que sepa solucionar sus conflictos dialogando de forma asertiva. Para ello, opinamos y debatimos entre todos sobre conceptos educativos tales como: amor, mentira, miedo, violencia, libertad, atención, esfuerzo, etcétera. Todos ellos fundamentales para sentirse pleno interiormente y para disfrutar felizmente de la vida.

miércoles, 15 de abril de 2015



MI MIEDO Y YO

Con “mi Miedo” me he topado. Pensaba que había desaparecido, pero no, sigue ahí. Creo que lo mejor será que lo acepte, pues forma parte de mí como ser vivo que soy. Eso sí, cuanto más aparece, menos vivo me siento. De hecho, cada vez que lo hace me mata un poco. Y no solo el miedo físico me acompaña como si fuera mi propia sombra, sino que también tengo un miedo mental. El físico, al fin y al cabo, me protege, pero el mental, ¿de qué me protege el mental? ¿Será quizá lo contrario de la Libertad? Dicen que al otro lado del miedo se consigue lo que se desea. Tendré que comprobarlo. Usaré el Amor como arma.
Para colmo, aparece la dichosa crisis para instalarse en mi vida y se alía con mi miedo. Sí, sí, tiene esa habilidad, no sé muy bien cómo lo hace, pero lo consigue. De hecho, la crisis no tiene ningún tipo de temor para aliarse con el miedo. Se autoabastecen. Es un matrimonio perfecto. ¡Y, además, permito que vivan conmigo!
Ahora que lo pienso, esto debe de ser así porque tanto “crisis” como “miedo” son conceptos y no seres vivos, aunque tengan la capacidad de matarnos en vida. ¿Esto quiere decir que si tuviéramos un buen autoconcepto de nosotros mismos no tendríamos miedo? Pues quizá ahí está la clave, sí. Cuanto más me conozca a mí mismo, más sabré hasta dónde puedo llegar, más sabré dónde están mis límites, más prudente seré y más sabré en lo que me tengo que aventurar y en lo que no.
Aún así, creo que a más de uno y de una les interesa que su miedo esté presente, porque así no necesitan tener agallas para ser libres y responsables. Estos suelen ser los que se centran en lo que no depende directamente de ellos. Son los que viven en una continua preocupación mental. Son los anti- proactivos, los reactivos que necesitan que otros les solucionen sus problemas.
De manera que, aunque mi miedo me acompañe a cada paso que dé, igual que lo hace mi corazón; voy a coger a uno de mis filósofos preferidos, Epícteto se llama, y le voy a hacer caso. Esto lo repito muchas veces, quizá hasta sea un poco pesado, pero es que tiene dos máximas que por su sencillez son muy “fáciles” de aplicar.
Una dice que no percibo la realidad tal y como es, sino como yo interpreto que es. Claro, el miedo aparece y me dice que la realidad es de una determinada manera. La que a él le interesa. Pues no, “mi miedo”, te voy a desafiar. Voy a entrenarme a cada momento a aceptar la realidad tal y como es. Y lo conseguiré seguro porque, si en lugar de interpretar y juzgar esa realidad, simplemente la observo, entonces no aparecerás.
Y la otra máxima, dice que me esfuerce en lo que realmente depende de mí. ¿Y qué es esto? Ah, sí, mi propio Ser. ¡Curioso es, que todo lo que me preocupa tiene que ver con el Tener! Preocupación que no es Ocupación. Tener que no es Ser.
¡Qué poco aparecerás “mi miedo”! Lo siento por ti, pero no te quiero, aunque tenga que aceptar que formas parte de mí. Y si apareces, pues te observaré sin pestañear hasta que te difumines.
¡Que sepas, “mi miedo”, que quiero ser feliz cada día!

J. Carlos Arroyo

Orientador filosófico, coach y escritor

viernes, 10 de abril de 2015



UNA VIDA SIN CARIÑO ES UNA VIDA ALEJADA DE LA VIDA.

Desde nuestro nacimiento hasta nuestro fallecimiento necesitamos cariño. Sin cariño estamos muertos en vida. Esto puede parecer obvio, pero en ocasiones nos cerramos a ofrecer ese cariño y a recibirlo. Sabemos que lo necesitamos, pues es una necesidad básica como comer, beber o dormir, por ejemplo, sin embargo hay momentos vitales en los que nos olvidamos de satisfacer esta necesidad.
Cada vez que nos ocurre algo no positivo, necesitamos cariño. Si un niño ha tenido un día malo en el colegio, por ejemplo, necesitará una buena dosis de cariño cuando lo recojamos. Si no se lo damos, porque estamos ocupados con nuestras cosas, por supuesto alejadas del cariño, entonces ese niño entenderá que el cariño no es la solución. Y sí lo es.
Cariño no es Amor. Se puede amar y ser poco cariñoso. Y se puede ser cariñoso con alguien y no amarlo. Ayer hablaba con una amiga y me contaba que ella ofrece cariño a adolescentes descentrados, los ni-ni para que nos entendamos. Y ese cariño, a través de prestarles atención, tocarlos, estar cerca físicamente y mentalmente de ellos, atenderlos, preocuparse y ocuparse de su bienestar, les hace salir de ese descentramiento. Estoy convencido de que es así, pero para ello necesitamos también nosotros recibir cariño y trabajar muy bien nuestra inteligencia emocional.
Otra persona que conozco ha perdido su trabajo hace poco. Está en el paro y tiene lejos a la familia. No tiene pareja, así que se ha encontrado con un primer mes durillo porque no ha recibido cariño. Y es que las personas necesitamos sentirnos útiles e importantes. Si este sentimiento desaparece, aparece la apatía, la desgana, incluso hasta el vacío existencial.
En definitiva, sin dar y recibir cariño la vida es muy triste. Y una vida triste es, evidentemente, una vida alejada del optimismo, de la actitud positiva, de la proactividad, del placer por aprender, de compartir, de la libertad incluso. 
De manera que si me permites una sugerencia, deja lo que estés haciendo y muéstrale cariño a quien quieres.


J. Carlos Arroyo
Asesor filosófico, coach y escritor

martes, 10 de marzo de 2015



EL AMOR CONTINGENTE


Una cosa es contingente cuando aún no ha ocurrido pero puede que ocurra o no. Es decir, tiene la posibilidad de que se sea o de que no sea, de que aparezca o no, de que se dé o no se dé. El amor contingente existe, pues, desde el momento en que dos personas entran en contacto por primera vez hasta cuando esta relación se convierte en sentimental o se queda en social.
Así pues, el amor contingente es ese momento en el que aún dos personas no se aman, pero tienen la posibilidad real de hacerlo. De manera que conviene distinguirlo tanto del amor real como del enamoramiento.
Mientras que el amor real será el amor que irá manteniendo la relación sentimental en el tiempo y en el espacio, el enamoramiento es ese estado al principio de la relación sentimental donde todo es muy bonito, donde la atracción es máxima y donde se tienen unas ganas locas de estar con el otro, por ejemplo. El enamoramiento comienza justo cuando este amor contingente ya no está latente, sino que ya ha aparecido. Por su parte, el amor real comienza cuando el enamoramiento desaparece.
Volviendo al amor que nos ocupa, este alberga las bases de lo que más tarde será el enamoramiento y el amor real. Por lo que es fundamental que este amor contingente sea lo mejor posible, que sea de una calidad exquisita y de suma elegancia.
Si el amor contingente es ese momento entre relación social y sentimental, entonces aquí ya se comparten sentimientos, pensamientos, creencias, valores, intenciones, inquietudes, expectativas, etcétera. Y no solo se comparten, sino que son el nexo de unión con la otra persona. Por tanto, este amor contingente es mucho más importante de lo que puede parecer a simple vista.
Hay amores contingentes que duran poco más de una conversación. Es decir, que desaparece muy rápida la posibilidad de crear una relación sentimental. Hay otros, en cambio, que duran demasiado, impidiendo que deje de ser contingente y se pase al enamoramiento.
La clave está, pues, en saber distinguir enamoramiento de amor contingente. Distinción no siempre clara porque si ese amor contingente es de calidad, ya alberga bastante enamoramiento. Es decir, que ya deja intuir claramente a ambos miembros de la relación que hay que dar un paso más y hacer que ese amor contingente se convierta en enamoramiento.
Pues bien, hasta aquí todo parece normal: hay un amor contingente, un enamoramiento y un amor real. Sin embargo, cualquier persona que se enamora de otra lo que quiere es que ese amor real, que no tardará mucho en aparecer, sea un amor romántico. Un amor que sea auténtico, que se sea bueno y que sea bello. Verdad, Bondad y Belleza que nos dejaban claro los filósofos clásicos.
En este sentido, estoy convencido que ese amor real será romántico si ambas personas disfrutan de una sana autoestima en el momento en que viven el amor contingente. Por eso decía que aquí están las bases y que por eso este amor es crucial.
¿Y cómo se llega a tener una buena autoestima para crear ese amor contingente de calidad? Pues cuando ambas personas están serenas interiormente. Es decir, cuando son capaces, sobre todo, de no transmitirse entre sí sus problemas de anteriores relaciones o sus problemas con sus ex-parejas.
Si bien, en líneas generales, alguien disfruta de una sana autoestima cuando se centra en su Ser y no en su Tener. Es decir, cuando se ocupa de sí mismo, cuando vive de acuerdo a aquello que le apasiona, cuando reposa en lo que depende de él y no de los demás, cuando se conoce muy bien a sí mismo y cuando se valora en su justa medida. En este estado no hay ruidos mentales y sentimentales que distorsionen la mente ni el corazón. Por eso esta persona está en completa armonía y por eso está preparada para sentar unas buenas bases en ese amor contingente.
Por tanto, ambas personas no hablarán tanto de sus anteriores relaciones, y sus ex-parejas no estarán muy presentes en su nueva relación. Solamente se tendrán el uno al otro y compartirán esas sensaciones, pensamientos o inquietudes, por ejemplo, comunicándose desde su yo auténtico y no desde su yo superficial o ego. Y esta condición es necesaria que se dé en las dos personas.
Para terminar, si ahora eres capaz de ver que el amor contingente ha de estar presente cada día, incluso disfrutando del amor romántico, entonces habrás comprendido qué significa reinventar el amor constantemente.

J. Carlos Arroyo

viernes, 6 de febrero de 2015

LOS DAÑOS DE QUE UN NIÑO MIENTA

Todos mentimos. De manera que estoy seguro de que cualquier niño o niña miente. ¿Por qué lo hace? Por muchas razones, pero principalmente por una falta de recursos internos para ser fiel a la verdad, para ser veraz. O lo que es lo mismo, no es capaz de vivir sin mentir porque está alejado de su propia esencia, de su identidad. Entonces, busca llenar ese hueco de su interior con algo externo. Y cuanto más vacío está, más miente. No sabe vivir de otra manera. Miente por puro interés, por placer o por conseguir cosas. Se centra más en el Tener que en el Ser.
Como este vacío existencial le está afectando cada día, su ego le controla para poder sobrevivir. Lo hace convirtiéndose en alguien prepotente o, en su defecto, en víctima. Deja de ser sensible y pasa a ser susceptible. En ese momento se cree el centro de atención y piensa que los demás le atacan o le veneran.
Pues bien, Nietzsche dice que "la mentirá más común es aquella con la que una persona se engaña a sí misma. Engañar a los demás es un defecto relativamente aparente." ¡Cuánta razón! Para mentir a otro se necesita que este se deje engañar. A veces sabrá que se le pretende mentir e ignorará a ese mentiroso. Otras le mentirá y quizá le pille más adelante.
Y es que para mentir se ha de ser muy coherente y tener una grandísima memoria. ¡No subestimemos al otro! Que creamos que es ignorante no quiere decir que lo sea. El otro es una persona, no una cosa. Es un sujeto, no un objeto. Por eso, lo verdaderamente triste, como dice Nietzsche, es que un niño, o cualquiera de nosotros, se autoengañe. Esto es patológico, porque se trata a sí mismo como una cosa.
No obstante, si “solo” miente no es muy grave. Mentir es circunstancial. Lo hace en ciertas ocasiones y el mentido podría perdonarle. Otra cosa es si lo toma como hábito. Entonces esa mentira se prolonga en el tiempo, con lo que  ya no mentiría, sino que engañaría. Y ese estado le dotaría de seguridad para creer que podría mentir a cualquiera. Ahí ya corre mucho riesgo su integridad y el perdón es más difícil.
Sin embargo, la cosa no acaba aquí. Peor aún es traicionar a quien ha depositado toda su confianza en el mentiroso. A este le hace mucho más daño emocional. Y en un nivel más alto de falsedad, si cabe, estará si eres tú quien miente a tu hijo. En ese momento le estarás enseñando a él o a ella a mentir y, a partir de aquí, mentirá para conseguir algo o para eludir su responsabilidad. Y lo hará porque obtendrá el resultado que busca mucho más rápido. Le apartarás de su propia identidad. Le desconectarás de su interior. Si tiene que mentir no lo dudará. Por tanto, su ego será el que mande.
¡Mucho ojo con mentirle! En el mejor de los casos, omitirá la verdad o dirá medias verdades, pero el daño ya estará hecho. Ya sabrá que mentir da resultado. Y como vive en la época de la inmediatez y todo lo quiere ya, entonces se convencerá de que es imprescindible mentir para conseguir cosas rápidamente. Mentirá para manipular sin importarle los demás. La ética no existirá en su vida y para Tener contento a su ego se apartará de su Ser. Será infiel a sí mismo.
¿Crees que te digo la verdad?

José Carlos Arroyo

Asesor filosófico, coach, escritor

viernes, 30 de enero de 2015


LA CUENTA EMOCIONAL
Cuando nuestros hijos nacen, e incluso antes, abrimos una cuenta emocional con ellos que durará toda la vida. En esta cuenta vamos realizando imposiciones y reintegros a diario. Es obvio que cuantas más imposiciones realicemos más aumentará nuestro capital emocional. En cambio, reforzar lo negativo, demostrarles que hacen las cosas mal, no escucharles, o pegarles, por ejemplo, debilita la cuenta. Si esto lo hacemos cada día, esa cuenta estará en números rojos cuando lleguen a la adolescencia. En ese momento, pensaremos en algo grande que hayamos hecho mal y como, en el mejor de los casos, no recordaremos nada, entonces no encontraremos respuestas. Ahora bien, si recordáramos esos pequeños reintegros que hacíamos a diario, entenderíamos por qué esa cuenta emocional está como está.
En este sentido, uno de los motivos que más debilita la cuenta es cuando los padres discuten entre sí delante de sus hijos. Este acto, además de debilitar la cuenta, colabora enormemente a la atrofia general de la inteligencia emocional de todos. Aún así, parece que les da igual, porque lo importante en estos casos es hacerse daño emocional mutuo, ocupándose bien poco de mejorar la salud emocional de sus hijos. En el caso de padres separados más aún, ya que éstos saben que la propia separación debilita la cuenta considerablemente.
¿Por qué se hacen, entonces, chantaje emocional entre sí utilizando a sus hijos? ¿Por qué se empeñan en atrofiarles su inteligencia emocional? ¿Qué ganan?
En cambio, si tu idea es mejorar emocionalmente a tus hijos, entonces te conviene saber que la inteligencia emocional según Daniel Goleman es: la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos, los sentimientos de los otros, motivarnos, y utilizar adecuadamente las relaciones que mantenemos con los demás y con nosotros mismos.
La buena noticia es que puedes entrenarla y perfeccionarla a través de cinco competencias emocionales: autoconocimientoautorregulaciónautomotivación,empatía y habilidades sociales. Esta última es la consecuencia de las otras cuatro y es a través de la que muestras a los demás en qué nivel se encuentra tu coeficiente emocional.
¿Qué inteligencia crees que utilizas más a diario: la racional o la emocional? Los estadounidenses, que lo estudian todo, dicen que utilizas la emocional entre un setenta y un ochenta por ciento. Porcentaje que se ve aumentado si lideras personas.
¿Cuál de las dos se educa más en la escuela? Si puedes mirar el horario educativo de tu hijo o de tu hija hallarás la respuesta, si aún no la sabes. ¿Quién enseña y educa, pues, a tus hijos a ser inteligentes emocionalmente? Tú, evidentemente pero, ¿cuánto tiempo dedicas al día a pensar en tus propias emociones y sensaciones? Es obvio que si no las conoces y no las piensas, no las sabrás gestionar adecuadamente. ¿Serás entonces capaz de reconocer y educar las de tus hijos para aumentar el capital emocional de la cuenta?
Miguel de Unamuno nos dijo algo que resume todo esto que acabas de leer: «Piensa el sentimiento, siente el pensamiento». ¿Lo haces?

J. Carlos Arroyo Sánchez
Orientador filosófico, coach y escritor.


Lo que pretendo como niño


Lo que pretendo es llegar lejos sin ir deprisa,
pero la sociedad de la inmediatez y el relativismo me asfixia.
¡He de potenciar mi paciencia!

Lo que pretendo es diferenciar lo importante de lo urgente,
pero los estímulos del exterior me seducen.
¡He de trabajar mi desarrollo personal!

Lo que pretendo es perseguir mis sueños y hacerlos realidad,
pero la apatía popular debilita mis expectativas.
¡He de luchar!

Lo que pretendo es potenciar mi mente y mi espíritu,
pero mi imagen y mi entorno me dominan.
¡He de conocerme a mí mismo!

Lo que pretendo es disfrutar de mi libertad,
pero no paro de quejarme continuamente.
¡He de potenciar mi responsabilidad!

Lo que pretendo es progresar y evolucionar,
pero mis creencias no me dejan.
¡He de reinterpretar!

Lo que pretendo es transitar mi camino disfrutando del paseo,
pero algunos de los que me rodean me empujan y me hacen caer.
¡He de saber levantarme!

Lo que pretendo es diferenciarme para dejar de ser convencional,
pero mi poco atrevimiento y mi cultura lo dificultan.
¡He de vencer mis propios miedos!

Lo que pretendo es aprovechar al máximo mi vida,
pero me encanta la pasividad.
¡He de actuar!

Lo que pretendo es emocionarme y apasionarme por todo,
pero mi razón aplica rápidamente su férula.
¡He de guiarme por mi corazón!

Lo que pretendo es disfrutar de lo bella que es la sencillez,
pero mi poca atención me distrae.
¡He de aprender a escuchar!

Lo que pretendo es aprender cada día de ti,
pero mi ego me domina.
¡He de reconocer mi humildad!

Lo que pretendo es vencer en soledad mis malos momentos,
pero me abandono al placer inmediato y no lo consigo.
¡He de dejar de autoengañarme!

Lo que pretendo es ayudar y facilitarle la vida a los demás,
pero convierto sus retos en mis necesidades.
¡He de eliminar el apego!

Lo que pretendo es ser un espíritu crítico y moral,
pero los políticos y el dogmatismo anulan mi conciencia.
¡He de pensar!

Lo que pretendo es dar siempre el máximo de mí,
pero en ocasiones me excedo ocasionando mal.
¡He de autorregularme!

Lo que pretendo es tener clase y alcanzar la excelencia,
pero los envidiosos tratan de desvalorizarme continuamente.
¡He de resistir el daño emocional!

Lo que pretendo es no tener enemigos y ser buena persona,
pero no siempre lo consigo y sufro por ello.
¡He de entender que no depende solamente de mí!

Lo que pretendo es decir “no” sin herir a los demás,
pero no sé cómo hacerlo.
¡He de ser asertivo!

Lo que pretendo es sacar lo mejor de ti,
pero no expresas tus sentimientos y opiniones.
¡He de saber preguntar!

Lo que pretendo es reconocer mi vulnerabilidad,
pero el miedo al fracaso social me paraliza.
¡He de trabajar mi interior!

Lo que pretendo es vivir de acuerdo a mis valores,
pero no puedo prescindir de lo material.
¡He de potenciar mi autenticidad!

Lo que pretendo es saber aceptar las críticas,
pero el pánico a reconocer mis errores me lo impide.
¡He de reírme de mi propia vida!

Lo que pretendo es tratar a las personas como fines en sí mismas,
pero mi egoísmo hace que las trate como medios.
¡He de ser ético!

Lo que pretendo es que el verdadero amor forme parte de mi vida,
pero no estoy dispuesto a dar sin pedir nada a cambio.
¡He de ser un generoso incondicional!

Lo que pretendo, en definitiva, es ser feliz,
pero busco esa felicidad fuera de mí.
¡He de encontrarle un sentido a mi vida!

J. Carlos Arroyo Sánchez
Orientador filosófico, coach y escritor 

viernes, 16 de enero de 2015





EL AMOR VERDADERO

La propia palabra “verdad” lo dice. No es un amor ilusorio o ideal, sino que es el amor sincero. Es aceptar la verdad del otro. Aceptar su realidad tal y como es. De hecho, es fundamental amar la verdad de forma radical, sin concesiones. Todo lo demás es autoengaño.
¿Por qué no se consigue? Por la incapacidad de aceptar al otro tal y como es. Así de simple. La inmensa mayoría de los problemas que tenemos con nuestros hijos tienen como base común la incapacidad de aceptación. Y no solo de aceptar al otro, sino también la no autoaceptación. Esto es debido a que siempre nos estamos exigiendo y juzgando: que si debería de haber hecho esto, que si debería de haberle dicho lo otro... No aceptar es no querer ver, es engañarnos a nosotros mismos.
Peor aún, si creo que no soy digno de aceptación, entonces mi reacción será: no me ven, no me prestan atención, parezco invisible, no me cuidan... ¡Imagínate la de energía positiva que dejaríamos de perder si fuéramos capaces de aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos, e hiciéramos lo propio con nuestros hijos o con la persona a la que amamos! Y es que ahí precisamente radica la perfección: no en pretender ser los mejores y parecerlo, sino en dar el máximo de nosotros mismos.
El amor verdadero, el real, es el perfecto.
Ahora bien, el amor en la pareja, por ejemplo, como todo en la vida, no es permanente, va cambiando. Y si no sabemos aceptarlo, entonces nos resistimos a soltar el amor pasado, que solemos confundirlo con la pasión amorosa, lo que nos provoca mucho sufrimiento. Si el amor verdadero y la pasión coincidieran, entonces estaríamos hablando de plenitud amorosa. Sin embargo, se llegan a romper muchas relaciones precisamente por no saber desprenderse de ese pasado. ¡Piénsalo!
¡Y es que si supiéramos ver y aceptar que lo impermanente es lo que nos renueva cada día, qué felices nos sentiríamos! Nos olvidaríamos del pasado, no nos crearíamos expectativas ilusorias de futuro y aceptaríamos el presente tal y como es. Las cosas y las personas son como son, no como nosotros querríamos que fueran. ¡Vuelve a leer esta última frase, por favor! Estoy seguro que en más de una ocasión no aceptar esta premisa te ha creado mucho sufrimiento.
Para terminar, me gustaría decir que aceptar no es resignarse. Que yo me acepte tal y como soy, y que acepte que mi realidad es la que es y que no tengo control directo para cambiarla, no quiere decir que no pueda ser un soñador. Ser un soñador es fundamental para tener unos deseos que perseguir.
Desear y amar de forma verdadera a nuestra pareja, a nuestros padres, hijos, amigos, etcétera, es muy bueno. Lo malo es pensar que son posesión nuestra y que así han de permanecer para siempre. Ahí está la clave. Por eso, quien ama profundamente no tiene necesidad de poseer a otras personas o a otras cosas, y lo demuestra cada día.
¿Has amado de forma verdadera alguna vez?

José Carlos Arroyo.
Asesor filosófico, coach y escritor.